Ballet Folclórico de Bolivia “MANUEL ACOSTA”
Bolivia está formada por un conjunto extraordinario de selvas, de nieves eternas, de volcanes y de desiertos de sal.
En el origen del pueblo boliviano encontramos a los Aimaras y a los descendientes de los Incas, a los que se fueron añadiendo mestizos y blancos sucesores de los colonizadores. Cristianizados por los misioneros, los indígenas de los Andes han sabido incorporar al culto católico ritos que responden a sus creencias más profundas. De manera que podemos apreciar como durante la fiesta del Corpus Christi los hombres se adornan con plumaje de cóndor apropiándose así de su fuerza mística. En este mestizaje religioso, convive también el culto a «Pachamama», la tierra madre, diosa de la fertilidad considerada el espíritu de la naturaleza y causante de la regeneración de la vida.
Acompañando todas estas celebraciones la “quena” (flauta andina) y el “charango”, emparentado con la mandolina y construido con el caparazón del tatú (armadillo), además de tambores y otros instrumentos.
En la celebración de la “Diablada” los bailarines con sus diabólicas máscaras representan el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal. Todo ello, ritos, danzas y músicas como testigos de un pueblo cuyo origen se pierde en el tiempo.
En el origen del pueblo boliviano encontramos a los Aimaras y a los descendientes de los Incas, a los que se fueron añadiendo mestizos y blancos sucesores de los colonizadores. Cristianizados por los misioneros, los indígenas de los Andes han sabido incorporar al culto católico ritos que responden a sus creencias más profundas. De manera que podemos apreciar como durante la fiesta del Corpus Christi los hombres se adornan con plumaje de cóndor apropiándose así de su fuerza mística. En este mestizaje religioso, convive también el culto a «Pachamama», la tierra madre, diosa de la fertilidad considerada el espíritu de la naturaleza y causante de la regeneración de la vida.
Acompañando todas estas celebraciones la “quena” (flauta andina) y el “charango”, emparentado con la mandolina y construido con el caparazón del tatú (armadillo), además de tambores y otros instrumentos.
En la celebración de la “Diablada” los bailarines con sus diabólicas máscaras representan el eterno enfrentamiento entre el bien y el mal. Todo ello, ritos, danzas y músicas como testigos de un pueblo cuyo origen se pierde en el tiempo.
